El Monasterio cisterciense de Santa María de Huerta es un ejemplo de cómo la arquitectura está al servicio de la vida que se lleva a cabo en su interior. Las costumbres, rutinas y circulaciones de los monjes han configurado la arquitectura tanto del propio monasterio como de los edificios anexos a lo largo de la historia.

Esta intervención recupera algunos de los edificios anexos que se encontraban perdidos, como las antiguas letrinas y la panera, les da un nuevo uso y los adapta a las necesidades actuales de los monjes. Además, la actuación urbanística establece un diálogo entre las distintas piezas del monasterio, dotando así de unidad a su conjunto.